«Creía que iba a ser alguien»: así se convirtió la generación Z en una generación de rechazados

Cuando Em se graduó en el Pratt Institute en mayo de 2020, a los dos meses de la pandemia, simplemente no había trabajo para una graduada en escultura, ni siquiera en Nueva York. «Eso marcó absolutamente el rumbo del resto de mis intentos de labrarme una carrera«, afirma Em, que ahora tiene 26 años.
Así que se apuntó a un curso intensivo de programación de nueve meses y empezó a buscar trabajo en el sector tecnológico. Tras haber sido rechazada en una decena de puestos, todo el sector tecnológico se vio asediado por despidos masivos en 2022, lo que desanimó aún más a Em. Al final, encontró trabajo como jefa de oficina en una organización sin ánimo de lucro durante un tiempo y rápidamente perdió sus conocimientos de programación. El año pasado, Em solicitó más de 400 empleos en los sectores de comunicación, administración y servicios, y fue rechazada en todos ellos.
«Me siento miserable, y me está destrozando el cuerpo», me confiesa Em por teléfono desde California, donde ha estado viviendo en casa de un pariente sobreviviendo con 700 dólares (640 euros) al mes de un trabajo temporal. Y añade, rotunda: «No estoy viviendo una vida que sienta que merece la pena vivir en este momento».
La experiencia de Em con un rechazo tan implacable puede sonar extrema, pero su historia habla de un pánico y una desesperación generalizados entre los miembros de la generación Z. Últimamente, me parece que el tono que las personas mayores de 30 años utilizan con más frecuencia cuando hablan de los jóvenes adultos de hoy en día es menos un «los niños de hoy en día» y más una simpatía genuina (mezclada con el alivio de haberlo esquivado) por el conjunto particular de circunstancias históricas a las que se han enfrentado al llegar a la mayoría de edad: el COVID-19, la ansiedad climática, el caos de los gobiernos de Trump, la usurpación al por mayor de la cultura de la vida real por parte de internet, el potencial de la IA para poner patas arriba industrias enteras. La generación Z ha sido calificada como la generación más ansiosa, la más reacia al riesgo, la más estresada, la más quemada y la más solitaria. El año pasado, el Informe Mundial sobre la Felicidad calificó a los miembros de la generación Z como la generación más infeliz.
Pero hay otro superlativo —que agrava todo ese estrés, ansiedad, soledad y agotamiento— que hasta ahora se ha pasado por alto: la generación Z puede ser la generación más rechazada de la historia de la humanidad.
Cada generación cree que ha sido la más desfavorecida, pero a medida que la generación Z se esfuerza por establecerse, se enfrenta a una tensión nunca vista entre oportunidades tecnológicas sin precedentes —posibilidades infinitas a un clic, un swipe o un DM de distancia— y una escala de rechazo sin precedentes. Desde la educación a las carreras profesionales, pasando por las relaciones sentimentales, nunca antes los adultos jóvenes habían tenido tanto acceso a posibles ‘síes’. Y, a su vez, nunca antes se les había dicho que no con tanta frecuencia.
¿Cómo afecta la experiencia de esta nueva dimensión del rechazo a la psique de los jóvenes y al estado de ánimo colectivo de la generación Z? ¿Y cómo repercutirá en el resto de la sociedad cuando la generación Z tome las riendas del poder, cuando los rechazados se conviertan en rechazadores? En entrevistas con psicólogos, terapeutas, orientadores, asesores profesionales y más de una docena de miembros de la generación Z (la mayoría de los cuales, como Em, me pidieron que utilizara solo su nombre de pila para no entorpecer su búsqueda de empleo), se puso de manifiesto la experiencia de rechazo masivo en el mundo de las citas, las admisiones universitarias y el mercado laboral que está cambiando la visión del mundo de la generación joven. Lo que está en juego no es el ego de los jóvenes adultos ni su sentido del derecho, sino nuestra expectativa de poder actuar en un mundo cada vez más mediatizado.
Hasta los años 60, la mayoría de los estadounidenses se casaban a los 20 años con parejas que conocían en sus círculos sociales. Hoy, pasan casi una década más teniendo citas; la edad media del primer matrimonio es de 31,1 años para los hombres y 29,2 para las mujeres. Durante ese período adicional, también están equipados con un arsenal de apps que pueden invocar —y acabar— con nuevas posibiliddades a diario. Si calculáramos la suma literal de todos los swipes, DMs, follows o mensajes de texto no correspondidos que conforman el modo actual de rechazo romántico, no sería exagerado afirmar que un joven típico de la generación Z en las apps es rechazado por (y rechaza a) más posibles parejas en una semana que un típico boomer casado en toda su vida.
La paradoja de las citas online está ampliamente documentada: a pesar de tener más acceso que nunca a posibles parejas, los jóvenes han inventado vocabularios para describir las interminables decepciones del ghosting, situationships, breadcrumbing y el paisaje infernal de las propias plataformas. El año pasado, Hinge encuestó a 15.000 personas sobre su opinión acerca de las citas. El 90% de los encuestados de la generación Z afirmó que quería encontrar el amor, y el 44% declaró que tenía poca o ninguna experiencia en citas.
«Para mí fue una cifra sorprendente», comenta Logan Ury, directora de ciencia de las relaciones de Hinge. Gran parte de esa diferencia se debe a la mayor aversión al riesgo de la generación Z, afirma Ury, algo que atribuye a una conciencia del mundo como un lugar aterrador, aumentada por las redes sociales, y a la generalización de la «sobrepaternidad» o paternidad helicóptero. «El rechazo intimida a todo el mundo, pero los jóvenes de la generación Z parecen sentirlo de forma más aguda», añade. El 56% de los encuestados de la generación Z afirmaron que el miedo al rechazo les frenaba a la hora de buscar una relación, frente al 51% de los millennials.
Así que, mientras los jóvenes se rechazan unos a otros sin cesar, muchos tienen demasiado miedo como para arriesgarse a exponerse de verdad en primer lugar. «Es muy fácil entablar una relación con alguien y luego desvincularse«, afirma Catherine, recién graduada en Barnard. «Tengo amigos que llevan semanas o meses enviándose mensajes de texto con gente que conocieron en aplicaciones de citas, y sin embargo nunca se han visto en persona. De hecho, tuve una amiga que tenía una cita, fue al restaurante y, cuando llegó allí, el chico la había bloqueado en todo antes incluso de que tuviera lugar la cita».
La generación Z ha normalizado la aversión al riesgo mutuo, afirma Jeff Guenther, un terapeuta licenciado que asesora a millones de usuarios de TikTok de la generación Z enamorados en su perfil @therapyjeff. «Es esta curiosa situación en la que es aceptable no responder a la gente», afirma. «A veces eso es empoderador, pero luego está el efecto negativo de todos estos pequeños minirechazos que eventualmente calan tan profundo que alguien podría optar por no ser vulnerable». No es de extrañar que hayan proliferado los coaches de ruptura que hablan en lenguaje terapéutico y los influencers de citas que afirman que pueden distinguir definitivamente las green flags de las red flags, cada uno de ellos prometiendo desmitificar la ambigüedad romántica que asola a la generación Z.
Guenther señala que los jóvenes de hoy parecen descartar más rápidamente las relaciones en favor de las aparentemente ilimitadas reservas de pretendientes que les esperan a un solo swipe de distancia. «La resistencia que les proporciona el rechazo frecuente les permite seguir adelante, pero están menos preparados para los retos de las relaciones del mundo real, que exigen compromiso y paciencia», afirma.
Sin embargo, Natalie Buchwald, fundadora y directora clínica de Manhattan Mental Health Counseling, afirma que distingue entre la resistencia sana y la actitud displicente y sin compromiso que muchos miembros de la generación Z adoptan para hacer frente al rechazo. «Me estoy dando cuenta de que hay una insensibilidad generalizada que parece resiliencia», afirma. «Pero eso no es resiliencia, sino desconexión».
Mientras tanto, el aumento de las oportunidades gracias a la tecnología también ha generado mucho más rechazo en el sistema de admisión a la universidad. Hasta 1960, más de la mitad de los solicitantes universitarios se presentaban a una sola universidad. En la temporada de admisiones 2023-24, el solicitante medio solicitó plaza en 6,65 centros afiliados a la plataforma Common App, un 7% más que el año anterior. Solo en las dos últimas décadas, el número de solicitudes a las 67 universidades más selectivas del país se ha triplicado hasta casi dos millones al año. La generación Z está llamando a más puertas que nunca para acceder a su futuro y, a su vez, está recibiendo más portazos en la cara. Para algunos, esto está dando forma a sus convicciones sobre la motivación y el mérito.
Dylan, un estudiante de 22 años de la Universidad de Nueva York, me cuenta que solicitó plaza en unas 20 universidades —incluidas la mayoría de las universidades de la Ivy League y Stanford— y que se sentía «inseguro» en comparación con sus compañeros. «Conozco a mucha gente que ha solicitado entre 20 y 40», afirma. Al final, solo le aceptaron en tres o cuatro, lo que le desmoralizó. «Recuerdo que sentía que lo que importaba no eran necesariamente nuestras notas, que lo que importaba era que, con suerte, la persona adecuada lo leyera el día adecuado».
Ella, una joven de 20 años de Allentown, Pensilvania, solicitó plaza en 12 universidades y fue rechazada en diez de ellas. «Tenía mucha arrogancia y una confianza ciega», afirma. «Solo pensaba, bueno, solo querré ir a la universidad si consigo entrar en una ‘escuela de prestigio’. Me preguntaban: ‘¿Por qué nosotros?’, obviamente, y yo no podía decirles por qué, aparte de que se trataba de Harvard». En un post de Substack que publicó antes de graduarse del instituto, describió lo contradictorio que era que la rechazaran diez veces con su creencia en simplemente trabajar duro para tener éxito. «Pensaba que iba a ser alguien«, escribió. Aunque ahora cursa el penúltimo año en Bryn Mawr, Ella me cuenta que todavía no ha superado el escozor de ir a una universidad aparentemente menos elitista.
Otros han llevado el rechazo a los tribunales. En febrero, un joven de 18 años de Palo Alto, California, que solicitó plaza en 18 centros y fue rechazado en 16, demandó al sistema de la Universidad de California y a la Universidad de Washington, alegando discriminación racial contra «candidatos asiático-americanos altamente cualificados”. «Cuando empezaron a llegar los rechazos uno tras otro, me quedé estupefacto. Lo que empezó siendo sorpresa se convirtió en frustración y, finalmente, en ira», declaró el padre del estudiante al New York Post.
Como millennial y antigua adolescente sobresaliente, también recurro a la mejor experta que conozco personalmente: mi orientadora del instituto, Kim Klokkenga, que ha ayudado a gestionar las aspiraciones universitarias del alumnado del instituto Dunlap de Illinois Central durante los últimos 30 años. En su opinión, la comercialización de las solicitudes universitarias es tan responsable como una nueva generación de padres helicóptero, junto con la facilidad de mandar solicitudes a golpe de clic.
«Antes, preguntaba literalmente a los estudiantes cuántos sobres querían», cuenta Klokkenga. «No había gente que solicitara plaza en más de 20 universidades, como ahora. Podían ser 10 o 12, ¡y eso era descabellado!» —por si te lo estabas preguntando, yo había sido una de esas, con un total de nueve solicitudes en 2010—.
Cuando le pregunto si cree que los estudiantes de la generación Z manejan el rechazo mejor o peor que las generaciones anteriores, indica que no puede asegurarlo. «Tengo menos estudiantes que vienen devastados por no haber sido admitidos en sus escuelas», apunta Klokkenga. Quizá ya se estaban preparando para el rechazo, otro matiz de la desconexión. «Oigo a los estudiantes decir: ‘Bueno, no esperaba que me admitieran; solo quería solicitar plaza para ver qué pasaba'», añade Klokkenga. «Creo que a veces simplemente las lanzan para ver cuál cuela».
Barry Schwartz, un psicólogo que observó la relación entre la elección y la satisfacción del consumidor en su libro de 2004 La paradoja de la elección, distingue dos tipos de personas: los ‘maximizadores’, que quieren la mejor opción posible, y los ‘satisfechos’, mucho más felices, que eligen la opción «suficientemente buena». La percepción actual de infinitas opciones parece haber dado lugar a la aparición de multitud de maximizadores entre la generación Z. De acuerdo con el argumento central de Schwartz de que la sobreabundancia de opciones tiende a conducir a una mayor decepción, esto no parece ser un buen augurio para su bienestar general.
Pero, ¿qué ocurre cuando las opciones se limitan de forma preventiva, quizá implacable, mediante el rechazo? «Es posible que la gente desarrolle una especie de resiliencia cuando solicita plaza en 50 universidades y ya no le duele que le rechacen en 47», me explica Schwartz. Pero, al igual que Buchwald afirma de los románticos rechazados, él ve la reacción de pasotismo entre los solicitantes rechazados como una «respuesta muy autoprotectora».
«Si minimizas la importancia de antemano, entonces el dolor del fracaso tendrá menos consecuencias«, afirma Schwartz. «Me saca de quicio ver que la gente hace esto, sobre todo si es un reflejo de su esfuerzo por protegerse a sí misma y no solo de su cinismo sobre la vida en la sociedad moderna».
La universidad ya es un desafío, pero la escala de rechazo en la búsqueda de empleo es un infierno mucho mayor. A través de LinkedIn, Workday y la omnipresencia de otras plataformas de empleo online, muchos jóvenes zoomers se presentan a más ofertas de trabajo en un día que las que muchos afortunados boomers tienen en su vida. En febrero de 2025, la vacante media de un trabajador cualificado recibió 244 solicitudes, frente a las 93 de febrero de 2019, según los datos que el proveedor de software de contratación Greenhouse compartió con Business Insider. Eso son 243 rechazos —o solicitudes fantasmas— por cada ‘sí’. Esta realidad no es específica de la generación Z, pero es la única que ha conocido la nueva fuerza laboral.
Entre los miembros de la generación Z con los que hablé, el número de solicitudes de empleo presentadas se contaba por centenares. Christopher, un joven de 24 años licenciado en finanzas, cuenta que había solicitado 400 empleos en finanzas y 200 en merchandising antes de encontrar un trabajo que seguía sin ser lo que realmente quería. Sus amigos licenciados en informática han enviado miles de solicitudes, asegura.
Aunque el proceso de presentar solicitudes es más o menos ágil, los miembros de la generación Z notan la desconexión entre el esfuerzo que se espera que hagan y la consideración que reciben a cambio. Las universidades, al menos, tienen que decirte formalmente que no, mientras que los trabajos, al igual que las apps de citas, tienden a hacer ghosting en cualquier punto del proceso. ¿Es realmente un misterio por qué algunos miembros de la generación Z han empezado a hacer entonces ghosting a sus empleadores?
Desde que se graduó en Barnard el año pasado, Catherine ha solicitado 300 puestos de trabajo y ha sido entrevistada para 20 de ellos. La joven de 23 años cuenta que el consejo de su orientador universitario de dedicar mucha atención a sus solicitudes de empleo —mediante el networking, la búsqueda de referencias, la obtención de comentarios personalizados sobre su CV— ha llegado a parecerle ridículo, teniendo en cuenta el hecho de que uno puede pasar por seis rondas de entrevistas, una prueba práctica y mucho más para un solo puesto y, después de meses de espera, ni siquiera recibir un correo electrónico de rechazo. Para ella, la lección evidente es difícil de ignorar: es mejor no esperar demasiado ni esforzarse demasiado.
«No tienes ni idea de si lo estás haciendo bien», señala Catherine sobre el proceso impersonal, que a menudo está mediado por un algoritmo de selección desconocido. «No tienes ninguna posibilidad de recibir comentarios. Es como estar en un laberinto de setos, y probablemente haya un camino, pero sientes que sigues chocando contra las paredes y piensas: ‘Tío, ojalá poder hablar con la persona que construyó esto'». Y añade: «Trabajé muy duro durante cuatro años, y construí esta gran red y sistema de apoyo, y ahora solo estoy enviando solicitudes al vacío».
Para la generación Z, la desilusionante realidad ha mermado su autoestima. Lanya, una joven de 22 años que se licenció el año pasado en Comunicación, me cuenta que pensaba que lo había hecho todo bien como estudiante universitaria de primera generación que contaba entre sus logros con unas prácticas en el Nasdaq, y se siente increíblemente culpable por no haber encontrado todavía un trabajo. «En lo que respecta a la autoestima, estoy en el punto más bajo que he sentido nunca», confiesa.
Dylan, el graduado en finanzas, comenta que la búsqueda de trabajo le hizo modificar sus expectativas de futuro. «Recuerdo haberme presentado a tantos y sentirme como: No me importa lo que consiga. Solo necesito sobrevivir. No tengo miedo a fracasar; solo tengo miedo a morir».
Para otros, el rechazo masivo puede ser liberador. Varios miembros de la generación Z me han dicho que su colección de «lamentamos informarle» en sus bandejas de entrada les ha inspirado para invertir más en proyectos que les apasionan, mudarse al extranjero o crear sus propias empresas. Para muchos miembros de la generación Z, el sector de los influencers es el único mercado laboral que les parece accesible, y siempre está contratando.
A medida que la generación Z se hace mayor, el rechazo y el riesgo a los que se enfrentan podrían agravarse fácilmente. Si empiezas con un alto grado de aversión al riesgo, cualquier experiencia peatonal de rechazo personal podría endurecer esa postura, lo que significa que podríamos acabar viendo cómo la generación Z se convierte en adultos (y padres) increíblemente reacios al riesgo. Aquellos que sean lo suficientemente resistentes como para capear la nueva escala estándar de rechazo acabarán por afianzarse. Pero en la universidad, las carreras profesionales y las relaciones sentimentales, a menudo es menos una cuestión de perseverancia o mérito que de pura suerte. Para gran parte de la generación Z, el éxito se reduce cada vez más a un juego de números.
¿Realmente el problema es la sobreabundancia de opciones, que hace que las expectativas de la generación Z choquen con la realidad? No ayuda, por supuesto, la fuente ininterrumpida de comparaciones y fantasías que ofrecen las redes sociales, que han moldeado la concepción de la realidad de la generación Z prácticamente desde el vientre materno. Schwartz, el psicólogo, reconoce que un millón de posibles parejas, universidades o carreras profesionales aparentemente tan accesibles pueden hacernos sentir decepcionados. «Algunos vivimos en una cultura de la abundancia tal que, aunque encuentres alguna forma de limitar las opciones, estás pensando en lo que hay ahí fuera», afirma. En este punto, pienso en una frase del libro de Tony Tulathimutte Rechazo, una serie entrelazada de historias de terror de jóvenes desconcertados y furiosos con el mundo por su arbitraria exclusión: «Su tristeza, lo sabe, es un síntoma de su derecho, así que ni siquiera tiene derecho a su tristeza».
Pero Schwartz también cree que la experiencia del rechazo es notablemente distinta de la de la decepción. Cuando uno se siente decepcionado por su selección de Netflix, o cuando pide un plato principal que resulta decepcionante, es fácil sentir envidia por los platos más tentadores de sus compañeros de mesa. Pero mientras que hacer esa elección era una cuestión de decisión propia, «un rechazo es un juicio sobre ti», apunta Schwartz. «Es muy difícil simplemente decirse a uno mismo: ‘Bueno, Stanford rechaza al 96% de sus solicitantes. Es imposible entrar. No es una afirmación sobre mí; es un juego de azar’. Puedes decir todo eso, pero supongo que no te lo crees de verdad», añade.
Este es, para mí, el elemento más trágico del arco de rechazo de la generación Z. Podemos esperar que las experiencias con el rechazo personal desencadenen consecuencias materiales y un ajuste de cuentas con la propia autoestima o las creencias; tomadas como un colectivo, es lo que da forma a cada generación para que puedan darse la vuelta y alardear ante la siguiente de lo que han sobrevivido.
Pero para la generación Z, su destino está cada vez más determinado por las fuerzas únicas y despersonalizadoras de la tecnología, principalmente los algoritmos que impregnan las citas modernas, las admisiones universitarias y el proceso de contratación. Estos algoritmos establecen las reglas del juego para casi todos los aspectos de la vida de la generación Z, haciendo que procesos que antes eran analógicos se vuelvan totalmente simplificados y, a la vez, desconcertantes. No es de extrañar que varios ámbitos de la cultura hayan respondido con pequeñas industrias de coaches de despidos, asesores de CV, buscadores de pareja profesionales, cursillos emocionales, y un sinfín de influencers que proponen cómo hackear los algoritmos de la vida. Por ahora, la responsabilidad sigue recayendo en cada miembro de la generación Z a la hora de romper el sistema y aprender los trucos; queda por ver si la generación Z rechazará colectivamente los mismos mecanismos de selección que les están defraudando.
«Existe esta tecnología, ya sea el algoritmo o la IA, que está como en tu contra, y eso es algo a tener en cuenta», señala Guenther, el terapeuta famoso de TikTok. «No estás siendo rechazado por personas reales, sino que estás siendo filtrado o rechazado por la tecnología. Y quizá la ira debería dirigirse contra Apple y Google y Tinder y Facebook o Meta».
Sin embargo, este enfado está curiosamente ausente en todas mis conversaciones con la generación Z. Por un lado, son lo suficientemente inteligentes como para entender que no merece la pena culpar a la tecnología en sí misma si no se abordan los prejuicios humanos codificados en la automatización. En cambio, el estado de ánimo predominante es de resignación, o quizá de aceptación. «Es un juego de números», comenta un estudiante universitario, o un «juego de esperar».
Cuando volvemos a hablar varios meses después de nuestra primera conversación, Em tiene una noticia prometedora: después de solicitar más de 400 empleos, ha encontrado un puesto en una perfumería de Oregón. En medio de la agotadora búsqueda de empleo, el libro de David Graeber Bullshit Jobs cambió radicalmente su visión del trabajo. «Habla de cómo se sienten los seres humanos cuando no pueden influir en nada: no solo es psicológicamente traumatizante, sino que crea problemas físicos», afirma Em, y añade que la perfumería es uno de los mejores trabajos que han tenido. Son 35 horas a la semana sin beneficios. Pero, indica Em, «cada día en este trabajo, tengo la oportunidad de alegrarle el día a alguien, de ver realmente mi impacto en el mundo, aunque sea a pequeña escala».