Erin, coach de rendimiento para directivas, se encuentra delante de una sala de conferencias del Virgin Hotel, en el centro de Nashville. Mide 1,70 m, es menuda, rubia y está en forma. Es probablemente la persona más animada que he conocido, como el conejito de Duracel, o sea, la persona perfecta para reunir a un público aún sin café a las 9 de la mañana.

Como toda buena oradora motivacional, empieza con un buen chiste.

La sala estalla en carcajadas, pese a que no es un público fácil. Erin se dirige a 50 mujeres, y todas ellas son titanes de la industria: fundadoras, CEOs, vicepresidentas, directoras… todos los cargos importantes que te puedas imaginar. No tienen tiempo ni paciencia para tonterías. No están aquí para que les den una charla. Están aquí porque, tras años de arrasar en sus carreras, por fin han llegado a lo más alto de la escalera corporativa, sólo para descubrir que el ascenso no las ha hecho felices.

Lloran todos los días. Están agotadas, susceptibles, apáticas; su agotamiento es tal que, en algunos casos, tienen que pedir la baja médica. Tenían un vacío en sus vidas, una sensación persistente de «esto es todo» que ya no pueden reprimir. Aunque saben que deberían trabajar menos, no lo pueden evitar. En un mundo que les exige hacer el doble que los hombres para obtener la mitad del mérito, ¿cómo pueden permitirse bajar el ritmo? Estas mujeres no dimiten silenciosamente, sino que son de las que despiden a los que lo hacen.

Una vez que han llegado a este punto de inflexión, han tomado la decisión de intentar resolverlo con aquello que les sobra: dinero. Para tener el privilegio de asistir a este retiro de life-coaching para mujeres directivas, primero tuvieron que completar un curso introductorio de ocho semanas y 16.000 dólares (unos 14.500 euros) a través de Zoom llamado Corporate Women Unleashed (Mujeres Corporativas Liberadas), tras el cual la mayoría se inscribió en una clase avanzada de 1.500 dólares al mes (1.360 euros), también a través de Zoom. Muchas de ellas adoran estas clases; hay una directiva recién jubilada de una gran empresa tecnológica, para la cual este es su sexto retiro.

Volviendo al retiro, Erin nos pide que nos unamos a ella para cantar una especie de mantra, que establece nuestro objetivo del fin de semana. «Me comprometo a desafiar el statu quo», comienza.

«Me comprometo a desafiar el statu quo«, repiten todas.

«Para hacer del techo de cristal mi suelo», dice Erin.

«Para hacer del techo de cristal mi suelo».

«Para aportar mi magia al mundo con valentía. Y usar a los detractores como gasolina para mi fuego», continúa Erin.

Desde mi asiento, empiezo a pensar que no me imagino a ningún hombre repitiendo este mantra. Pero todas las mujeres de la sala parecen tomárselo muy en serio.

El tema del retiro se llama «10x», una temática vagamente basada en un libro de autoayuda con un título matemáticamente cuestionable: 10x es más fácil que 2x. Según la web del libro, el concepto de 10x se refiere al crecimiento exponencial. Erin pide a todas que compartan por qué están aquí este fin de semana, y empieza señalando a alguien en el frente.

«Necesito sentirme parte de algo», dice la mujer.

«Guau. Tus palabras dicen mucho sobre lo que implica ser una mujer en la cima. Puede ser solitario», responde Erin mientras todas aplauden.

Después, coge el micrófono una alta ejecutiva de comunicación. «Estoy aquí para multiplicar por 10 mi confianza», comenta, aunque de una forma tan vacilante que parece más una pregunta. Se le saltan las lágrimas. «Y para saber cómo multiplicar por 10 mi situación actual sin renunciar a multiplicar por 10 mi futuro», añade.

La sala aplaude de nuevo y más mujeres intervienen.

«Toda mi vida ha girado en torno a mi carrera. Siento que hay algo más», argumenta otra.

«Estoy aquí porque vendí mi empresa el año pasado. Ahora me retiro y no sé cómo será mi próxima vida», señala una más.

Mientras las mujeres comparten sus objetivos, Kathleen Byars, la fundadora del programa, permanece en silencio a un lado, sonriendo, aplaudiendo y entregando micrófonos a personas que se encuentran al otro lado de la sala. Pero al cabo de un rato, anuncia que quiere intervenir. Se hace el silencio. Las mujeres la adoran.

«En esta sala está muy normalizado que hagamos cosas grandes. Las hacemos rápido y «, dice Byars. «Las hacemos rápido y de manera efectiva porque así lo queremos. Aquí no se juzga a nadie por ser ‘demasiado intenta’, y nunca se os dirá que os conforméis». Varias mujeres asienten con rotundidad.

«El objetivo aquí es animaros siempre, algo bastante raro en nuestras vidas. No sabéis cuántas veces he estado en reuniones en las que me han dicho que ‘tengo que sentar la cabeza’. No, gracias, no necesito sentar la cabeza» continúa Byars. La sala estalla en aplausos.

Tras la pandemia, muchísimas personas han tenido el deseo de reorientar su propia relación con el trabajo. Pero para pocos ha sido tan complicado como para las mujeres directivas a las que Byars se esfuerza por ayudar. Tienen trabajos excepcionalmente exigentes y vidas igualmente exigentes en casa. No quieren abandonar sus carreras, pero el día tiene un número limitado de horas. Si no reducen el trabajo, ¿cómo pueden aspirar a un mejor equilibrio entre la vida laboral y la personal?

Byars dice que hay una forma mejor de hacerlo. Es posible, promete, lograr la realización personal al mismo tiempo que el éxito profesional. No hay que elegir. Me ha permitido asistir al retiro en Nashville, Tennessee, y al intensivo de ocho semanas de Zoom que lo precedió, con la condición de que no mencione a ninguna de sus clientas. Estoy aquí porque quiero ver si su método funciona, no solo para estas mujeres sino también, quizá un poco, para mí misma. Sobre todo, tengo curiosidad por echar un vistazo a las mentes y almas de las mujeres más poderosas del mundo de los negocios en Estados Unidos. En esta era posterior a la cultura del ajetreo, ¿qué significa ser una mujer y una jefa que quiere tenerlo todo?

Byars, de 54 años, fue directiva, trabajaba demasiado y era infeliz. A los 30 años era vicepresidenta internacional de marketing del gigante de la cosmética Mary Kay. Volaba en primera clase por todo el mundo. Tenía chófer, asistenta y personal de compras. Estaba arrasando en su carrera.

Pero esa vida también la estaba matando. A los 33 años, cuando perdió su trabajo por una reorganización de la dirección, Byars podría haber elegido cualquier otro puesto ejecutivo. Pero estaba tan agotada que no podía imaginar aceptar otro trabajo. Vendió casi todo lo que tenía, incluida su casa de 1.000 metros cuadrados en Dallas, Texas, y se mudó a las Islas Vírgenes con su entonces novio, Scott. «Hice lo que todo el mundo dice que hay que hacer: vivir una vida sencilla. Pensaba dedicarme a bucear», cuenta.

Esa vida sencilla le funcionó durante seis semanas. «Y entonces me di cuenta: mierda, acababa de renunciar a todo lo que había pasado los últimos 20 años construyendo. Me pasé cuatro meses llorando. Estaba destrozada», recuerda.

Cuando por fin se sintió preparada para volver a la vida empresarial, buscó una forma más sostenible de alcanzar el éxito profesional. Experimentó con distintas estrategias para conciliar la vida laboral y familiar, mientras Scott, un filósofo aficionado y fanático de la psicología, leía todo lo que podía sobre el tema. Tras años de ensayo y error, Byars consiguió prosperar tanto en el trabajo como en casa, con Scott y sus dos hijos pequeños. Pero sus nuevos conocimientos le habían costado muy caros: calculó que había dejado de ganar unos 2 millones de dólares en ese tiempo. ¿Podría ayudar a otras mujeres a alcanzar el nirvana que ella había logrado, sin tener que pasar por un proceso tan largo?

Para averiguarlo, Byars fundó The Goodlife Institute en 2017. Este proyecto se basa en lo que ella llama «nuestras siete necesidades universales»: autonomía, seguridad, salud, ocio, propósito, conexión y estima. «Estas siete necesidades son la forma en que los seres humanos han evolucionado biológica y psicológicamente para sobrevivir y prosperar. Las siete deben satisfacerse para que experimentes un bienestar óptimo», explica en el primero de los videos de la Semana Uno que recibí para Corporate Women Unleashed.

El problema con las mujeres con trabajos tan exigentes, según Byars, es que se centran en satisfacer solo dos de esas necesidades (seguridad, es decir, dinero, y estima) mientras descuidan el resto. Byars opina que las necesidades insatisfechas son las que conducen a la infelicidad. Su solución consiste en averiguar qué necesidades descuidas totalmente y cuáles no satisfaces con eficacia. Después, su programa te ayuda a idear y poner en práctica mejores estrategias para satisfacer todas tus necesidades de forma sistemática.

Los vídeos asignados cada semana presentan los pilares de su filosofía. Después de revisarlos, los clientes tienen llamadas por Zoom con Erin y Ali, las coahes que emplea Byars, para aprender a aplicar los principios en sus propias vidas. Cada clienta recibe tres llamadas individuales con un coach, pero la mayor parte del trabajo se realiza en grupos pequeños, donde cada uno comparte sus luchas de la vida real. Es una mezcla de terapia de grupo y coaching ejecutivo, para las mujeres más exitosas y duras del mundo.

Muchos de los momentos son realmente crudos. En una llamada, una clienta confiesa que lleva meses desatendiendo a su familia tras un reciente ascenso. «Sé que está afectando a todo el mundo, incluida yo, y estoy intentando mejorar. Pero hay una gran parte de mí que no quiere. Estoy evitando volver a casa«, comenta. El día anterior terminó su trabajo a una hora razonable, pero cuando volvía a casa vio el coche de una amiga en un bar que frecuentan y decidió acompañarla. Acabó quedándose horas. «Estoy muy enfadada conmigo misma. Llegué a casa justo antes de que los niños se fueran a la cama», relata.

¿Podría ser, pregunta Erin, que estuvieras intentando satisfacer tu necesidad de autonomía saliendo con tu amiga? La mujer asiente, y varias otras mujeres en la llamada se muestran de acuerdo. Criar hijos es un trabajo duro, observa Erin, y no hay recompensa inmediata. «Tienes un trabajo muy estresante, con muchas exigencias. Pero, ¿qué te gusta hacer con tus hijos?», le pregunta Erin.

«No mucho. Eso es lo más difícil», reconoce la clienta. A su hijo, señala, le gusta Godzilla. «A mí me gusta trabajar», continúa. Es el tipo de confesión que parecería normal en un hombre, pero ella se siente culpable. «Tengo que prestar más atención a sus intereses. Me resulta difícil porque, para ser sincera, soy una persona bastante egocéntrica. Y eso también contribuye a esta dinámica. Así que…», afirma.

«El papel en el que estás no es un papel egocéntrico. Estás dando, dando, dando, cambiando, cambiando, cambiando. Lo que sucede es que has llegado a un punto de ‘no puedo más’ en la parte doméstica», interviene Erin.

«No me queda mucho que dar en casa y necesito cambiar eso para poder hacerlo», contesta la mujer.

Algunas ni siquiera conciben el ocio: «Se me daba genial el colegio. En cuanto pude trabajar, conseguí un puesto muy rápido. No he priorizado la diversión jamás»

Erin indaga más. «Estás en este déficit en el que ya no tienes nada que dar, dice, así que centrémonos primero en ti. Vamos a satisfacer tu necesidad de ocio. ¿Qué te gustaba hacer de niña?», propone.

«Trabajaba todo el tiempo. Iba al colegio y se me daba genial. En cuanto pude trabajar, conseguí un puesto muy rápido. No he priorizado la diversión jamás», dice la mujer.

Erin le pide que se comprometa a hacer una cosa por sí misma durante el fin de semana. Dormir, dice la directiva. Cree que tal vez eso la ayude a sentirse menos agotada en casa.

Este tipo de planteamientos son los que dan en terapia, pero hay una diferencia y es que en este programa las mujeres reciben la validación de sus compañeras. Dos de ellas, ambas madres, agradecen a la anterior su franqueza respecto a sus hijos. «Yo siento exactamente la misma culpa. No estás sola en esto», reconoce una doctora con consulta propia. Otra mujer llora, compartiendo cómo se enfrentó a un dilema similar hasta que su hijo desarrolló un trastorno alimentario tan grave que tuvo que ingresar en una residencia para recuperarse. «Sinceramente, tuve que perder a mi hijo a corto plazo (por suerte lo recuperé) para darme cuenta de lo que tenía», explica.

Hubo mucho llanto. No estoy segura de haber estado en una sola llamada en la que nadie llorara. Y hablamos de directivas con experiencia y curtidas, que han llegado hasta donde están siendo tan estoicas y emocionalmente reprimidas como los hombres que las rodean. No son, como varios de ellas me insistieron, del tipo que llora fácilmente en terapia de grupo. (Ni siquiera del tipo que llora en terapia individual; una me dijo que la terapia le parecía «demasiado blanda»). Como señaló una clienta, si le hubieran dicho que iba a compartir sus sentimientos más profundos con un grupo de desconocidas que la rodearían y la apoyarían mientras rompía a llorar, su respuesta habría sido: «¿Me estás tomando el pelo?».

Cuando las clientas lloran, la mayoría de las veces está relacionado con la necesidad que, según Byars, es más difícil de satisfacer: la estima. Las mujeres con carreras tan exigentes intentan llenarla, dice, logrando una lista de cosas cada vez más impresionante. Pero cuando no lo logran, su autoestima se desintegra, creando un ciclo aparentemente irrompible de exceso de trabajo y agotamiento. Byars intenta ayudar a las mujeres directivas a desarrollar una nueva creencia: que son valiosas por lo que son, no por lo que hacen. Y la forma en que consigue que desarrollen esa creencia es a través de un ejercicio que ella llama «ascensor emocional».

Aunque más bien podría llamarse «submarino emocional».

En cada llamada de Zoom, hay una sala dedicada a los ascensores emocionales. En esa sala, la coach interroga a las voluntarias más reticentes a mostrar sus sentimientos. Cada vez que una mujer describe un sentimiento, se la empuja a profundizar preguntándole: «¿Qué quieres decir con eso?». Lo hace una y otra vez. Al final, la pobre directiva acaba sollozando, gimoteando sobre que no es lo bastante buena delante de todo el grupo. A partir de ahí, la coach guía a la clienta para que desarrolle una nueva creencia sobre sí misma. El objetivo es que las mujeres adquieran confianza en sí mismas desde dentro, en lugar de buscar la aprobación externa.

Estos «ascensores» son incómodos de ver, e imposible no encontrarlos profundamente conmovedores. En una de las sesiones, una socia de un bufete de abogados explica por qué está tan disgustada porque uno de sus abogados junior acaba de marcharse, a pesar de toda la formación y tutoría que le ha proporcionado. (Su creencia: ella no era lo suficientemente buena como para que quisiera quedarse). En otra llamada, una joven directora de tecnología analiza por qué no cree que vaya a conseguir un trabajo que otros compañeros piensan que le van a dar. (Su creencia: no es lo bastante buena para el nuevo trabajo, ni siquiera para el actual.) Yo misma me he sorbido los mocos tres veces: una por el pánico que siento antes de escribir una gran historia (ahora es cuando todo el mundo se dará cuenta de que soy una mala escritora), otra por la ansiedad que me produce estar en una profesión acosada por despidos incesantes (nunca encontraré otra ocupación que me guste tanto), y otra por la vez que sentí que estaba a punto de ser abandonada por alguien con quien salía (no soy lo bastante atractiva y moriré sola).

Sin embargo, entre lágrimas, vi a mi compañera hacer verdaderos progresos. Un fin de semana, cuando un montón de cosas estallaron en su bufete de abogados, la socia delegó los problemas en sus subordinados en lugar de ocuparse de ellos personalmente. La doctora que se sentía culpable por no pasar tiempo con sus hijos reservó un viaje con ellos. La directora de tecnología consiguió un nuevo trabajo en su empresa para alejarse de los compañeros difíciles. Una CEO que luchaba contra un consejo de administración tóxico finalmente se defendió y dimitió. Ya no espera que su trabajo «la valide como ser humano. Sé lo que valgo mejor que antes. Merezco que me traten de otra manera», me dice.

Después de que otra CEO empezara a dar prioridad a su propio bienestar, su marido notó algo diferente en ella. «Tía, te veo más guapa», le dijo. La mujer se ríe al compartir esto con el grupo, sonrojándose como si estuviera hablando de un enamoramiento adolescente. De hecho, tiene un aspecto diferente al que tenía al principio del curso: ha recuperado el color en las mejillas, está menos apagada y su pelo tiene más volumen. Lo mismo ocurre con otras mujeres. Hablan menos frenéticamente. Sonríen más.

Yo misma he notado un cambio en mí. Mientras sigo con mi vida, diciendo que sí a demasiadas cosas, escribiendo hasta medianoche, cuestionándome todo lo que decía en una cita, he empezado a oír las palabras de Erin en mi cabeza. ¿Qué necesidad intento satisfacer? ¿Es esa realmente la mejor estrategia para lograrlo? ¿Qué estrategia podría utilizar la próxima vez? Mi hermana, que me conoce mejor que nadie, me ha comentado que ha visto un cambio sutil en mí. «Estás hablando de las cosas de forma un poco diferente», me ha dicho.

Para mi sorpresa, me entristezco cuando terminan las ocho semanas. Pero ahora viene el retiro de Nashville. Es como si te llamasen para las grandes ligas. Las directivas que asisten al evento ya han terminado Corporate Women Unleashed y han pasado al programa avanzado, que tiene un nombre adecuado para su clientela: Optimum. Han mantenido llamadas individuales mensuales con su coach y se han reunido periódicamente a través de Zoom en pequeños grupos. Ahora todo culmina con un evento de un fin de semana de duración, la primera vez que muchas de las mujeres se reúnen en persona.

El retiro comienza una tarde soleada en la piscina de la azotea del hotel. Allí, las mujeres se acercan a sus compañeras. Una alta ejecutiva de comunicación me cuenta que se apuntó por la misma razón que todas las demás: porque estaba agotada. No paraba de trabajar, engordaba y enfermaba de agotamiento. Pero lo que la llevó al límite fue que su hijo de 5 años empezara a tener ataques de pánico cuando ella empezó a viajar más por trabajo. «Esa fue mi llamada de atención. Lo vi y pensé: no puedo hacerle esto», me explica.

A lo largo del fin de semana, pido a todas las personas que conozco que me expliquen el secreto del cambio que han experimentado gracias a CWU y Optimum. Muchas me dicen que han cambiado su mentalidad. Pero si eres una mujer con cuatro hijos y un trabajo corporativo de alto nivel, ¿hay realmente algún cambio de mentalidad que te permita evitar el agotamiento? «En casa es agotador», admite la directora de comunicación. Pero ahora, dice, ya sea la rabieta de un niño o una crisis en el trabajo, el caos no le afecta como antes. Su agotamiento ha desaparecido.

Tal vez nadie haya cambiado más que una ejecutiva de RRHH con la que charlo en el bar durante el cóctel de esa misma noche. Se incorporó al programa tras terminar agotada durante los primeros meses del COVID. Lo que esperaba aprender eran herramientas para conciliar la vida laboral y familiar: cómo establecer límites, gestionar el calendario, ese tipo de cosas. Pero lo que acabó aprendiendo, dice, fue mucho más. Ahora se describe a sí misma como una persona totalmente distinta. «Era una persona dura que sólo hablaba de resultados. Era dura con la gente y no tenía empatía ni compasión. Ahora tengo conversaciones mucho más profundas». Se ríe. Actualmente está haciendo una entrevista para un puesto en la dirección, algo que ha deseado durante toda su carrera. Observo que parece extrañamente relajada al respecto. «Se me daría bien. Pero no necesito el trabajo, porque hay otras 5.000 cosas que podría hacer», concluye.

Mientras hablamos, Byars se pasea con un vestido verde esmeralda. Es como ver a un famoso en la alfombra roja. Todas las mujeres quieren saludarla, abrazarla y retener su atención todo el tiempo que puedan. «Es increíble. Es un genio», me dicen más de una docena de mujeres a lo largo del fin de semana.

A la mañana siguiente nos ponemos manos a la obra. Estamos sentadas en ocho mesas de una gran sala de conferencias. La edad media parece rondar los 40 años. Hay un puñado de médicas y veterinarias, una administradora de hospital, una ingeniera superior de una gran petrolera y varias fundadoras y CEOs de pequeñas empresas. El resto tienen títulos que dan fe de la burocracia de las corporaciones estadounidenses modernas, muchas de las cuales son nombres muy conocidos.

Byars comienza explicando el concepto de 10x. Lo describe como un «salto cuántico» que consigue resultados «más allá de nuestras expectativas más descabelladas». Eso es lo que lo diferencia de 2x, que es solo un «paso lineal», hacer más o menos lo que se hacía antes. Es todo un poco confuso, pero a efectos del fin de semana, entiendo que 10x representa algo muy, muy grande que realmente quieres, pero que parece totalmente imposible de conseguir.

Byars habla de las dos veces que ha multiplicado por 10 su propia vida. La primera fue cuando consiguió un puesto de alto nivel en Mary Kay, a pesar de carecer totalmente de experiencia. Lo consiguió llamando al director de contratación todas las semanas durante seis semanas, dejando mensajes de voz de 45 minutos con sus ideas sobre el trabajo hasta que finalmente se lo dieron. La segunda fue cuando empezó a buscar marido. Buscó en todas partes: en un bar de señoritas frecuentado por médicos y abogados, en un club de ópera para jóvenes profesionales, en Hábitat para la Humanidad. «Tenía una misión», dice. Finalmente, conoció a Scott en una excursión de buceo frente a las costas de Chile. Pero él estaba en pareja con otra persona, lo que la obligó a esperar mucho tiempo para que esa relación llegara a su fin. «Era tan improbable, que cinco años después nos casáramos”, narra. Todas en la sala toman notas.

Las mujeres luchan por alcanzar un objetivo 10x. ¿Hasta qué punto tienen que soñar? ¿Quieren cambiar de profesión? ¿Quieren tener hijos? Parecen inseguras

Byars nos pide que nos planteemos nuestro propio objetivo 10x. Piénsalo, dice. ¿Qué quieres dentro de 10 años? Y luego vuelve a pensarlo: ¿Es eso lo que realmente quieres, o es solo lo que la sociedad quiere que quieras? ¿Y si te olvidas de si es socialmente aceptable o incluso factible? ¿Y si pudieras tener cualquier cosa, cualquier cosa, en el mundo?

A muchas mujeres les cuesta encontrar algo concreto. Durante su estancia en CWU y Optimum, ya han reducido sus 90 horas semanales a 40 horas, han dejado de cuestionarse a sí mismas y han encontrado una auténtica alegría en sus trabajos. Teniendo en cuenta lo sobrecargadas de trabajo e infelices que estaban antes, son logros milagrosos. ¿Qué más podrían desear? ¿Hasta qué punto tienen que soñar? La responsable senior de auditoría y la directora de ingeniería de mi mesa están perplejas. ¿Quieren cambiar de profesión? ¿Quieren tener hijos? Parecen inseguras.

Yo, en cambio, tengo muchas cosas que quiero. Llevo desde finales del año pasado dándole vueltas a la idea de un libro. Me encantaría escribirlo y que significara algo para la gente que lo leyera. Pero si soy sincera conmigo misma, lo que realmente quiero dentro de 10 años es estar casada con una gran compañera y criar hijos con ella. Pero es difícil admitirlo, porque también es lo que desearía tener ahora mismo, y no tengo.

Cuando Byars se acerca a nuestra mesa para ver cómo estamos, le digo que no quiero declarar un objetivo sobre el que no tengo ningún control. Por mucho que lo intente, mi futura pareja no va a aparecer de la nada. Créeme, le digo, lo he intentado. ¿No debería distraerme hasta que aparezca la persona adecuada? Si no, me estoy preparando para una decepción.

Byars me cuenta el tiempo que pasó esperando a que Scott estuviera disponible. Fue brutal, dice, estar tan segura de que él era el indicado y no estar con él. Me pregunta: ¿Por qué sigues diciendo que no tienes control sobre conocer a alguien adecuada para ti? ¿No será que tienes más control del que crees? Mientras charlamos, entiendo por qué les gusta tanto a las mujeres. No es solo que sea segura de sí misma, sin complejos y divertida. En ese momento siento que me ve realmente: desprende un carisma de gurú que te convence de que puede mirar dentro de tu alma.

La tarde se dedica a una serie de actividades diseñadas para sacarnos de nuestra zona de confort y animarnos a hacer lo impensable. Una de ellas es una «búsqueda del tesoro», en la que se nos pide que saquemos fotos y vídeos de nosotras mismas haciendo cosas un poco embarazosas en público. (Ejemplo: acercarse a un desconocido y decirle: «Me gustan tus pantalones»). A mí me resulta un poco molesto, pero las mujeres parecen pasárselo en grande. Byars conoce a su público, me doy cuenta. Si estás en lo más alto de la cadena empresarial, no te animan precisamente a hacer el ridículo delante de los demás.

A la mañana siguiente, las coahes nos enseñan las fotos y los vídeos de la búsqueda del tesoro. En una de ellas, la directiva de RRHH que se describe a sí misma como muy dura, se coloca junto a una estatua gigante de un micrófono junto a una CEO y una neuróloga y canta How Do I Live de LeAnn Rimes. Las tres están total y sorprendentemente fuera de tono. La directiva tiene los ojos cerrados y una enorme sonrisa en la cara. Pienso en la directiva de mi grupo de la CWU que confesó que nunca había dado prioridad a la diversión en su vida. Al ver el vídeo, la de RRHH se ríe con el resto de la sala. Sus mejillas se enrojecen y se abanica con la mano mucho después de que termine el vídeo, sin romper ni una sola vez su impecable postura.

Antes de comer, nos dividimos en tres grupos. En uno, las mujeres se sientan en semicírculo alrededor de Byars y la acribillan a preguntas. Una consultora de gestión cuenta que siempre ha querido crear su propia empresa. «No me veo como CEO», dice. «Me veo como una seguidora», añade. La de RRHH plantea su propio dilema. Si sigue en su trabajo corporativo tres años más, podrá ahorrar lo suficiente para no tener que volver a trabajar. «Pero mi paciencia es nula. La mierda empresarial me está chupando el alma. No puedo esperar tres años. Ahora me apetece 10 veces más. Quiero ir a por ello», dice. ¿Renuncia a su objetivo de independencia financiera y va a hacer lo que realmente quiere hacer? ¿O se aguantará durante tres años para no tener que trabajar más?

«Vale, es una buena pregunta», dice Byars, como imagino que hacía Buda con sus discípulos. Como hace a menudo, devuelve el problema a su filosofía: nuestras siete necesidades. «En última instancia, no hay bien o mal. Lo que tienes que sopesar es qué camino, qué estrategia, va a satisfacer mejor mis necesidades», dice a las mujeres. Cuando puso en marcha Goodlife, dice, se aferró al trabajo de consultoría que estaba haciendo en ese momento, por lo que no se sentía ansiosa por ganar dinero mientras ponía en marcha la nueva organización. «¿Me gustaba trabajar seis días a la semana? No, pero encontré la manera de hacerlo. Esto es lo que me gusta de tener un trabajo que tiene más que ver con satisfacer tus necesidades que con aquello en lo que realmente quieres poner tu energía: te quita presión», afirma. En cierto sentido, Byars está diciendo a las mujeres algo radical: que está bien que tu trabajo, con mucha responsabilidad y bien pagado y que te chupa el alma no sea más que un medio para un fin. No se trata de quedarse o marcharse. Se trata de desarrollar una estrategia para conseguir lo que quieres y atender tus necesidades (todas tus necesidades) mientras lo consigues.

Al final del retiro, muchas de las demás mujeres han fijado sus propios objetivos 10x. Una directora de una organización sin ánimo de lucro anuncia que quiere presentarse a gobernadora de su estado. Una subdirectora que trabaja en solitario quiere presentar su producto en Shark Tank. Una asesora de patrimonio que dirige su propia empresa quiere presentar un programa de televisión sobre los problemas a los que se enfrentan las mujeres. La consultora que se ve más como una seguidora decide que, de hecho, quiere ser la jefa máxima de la empresa que pretende crear. La directora de comunicación que lloró el primer día porque quería multiplicar por 10 su confianza en sí misma dice que quiere centrarse en lo que se le da bien (la alegría) e inculcárselo a sus cuatro hijos. Una neuróloga promete llevar una vida más interconectada con la naturaleza. Otras dos consultoras quieren encontrar pareja. La directiva de RRHH quiere cambiar la vida de alguien, aunque no está segura de qué forma lo hará. La auditora que ayer no estaba segura de querer tener hijos decide que sí, una conversación que tendrá que tener con su novio.

Muchas de ellas se sorprenden de sus objetivos. Si hace unos años les hubiéramos pedido que expusieran sus ambiciones, habrían estado totalmente centradas en avanzar en sus carreras. Querían convertirse en socias de su empresa, incorporarse a la dirección ejecutiva, ampliar su negocio, duplicar su salario, conseguir el despacho de la esquina. El hecho de que sus nuevos objetivos no tengan casi nada que ver con los empleos grandes, prestigiosos y bien pagados que les han proporcionado un éxito tan extraordinario no es solo un testimonio del poder del programa de Byars. También dice algo sobre el momento en que nos encontramos hoy, tras un año de reflexión nacional sobre el papel del trabajo en nuestras vidas. No es que estas mujeres odien su trabajo actual o que no les importe la calidad del mismo. Es que sus sueños anteriores de ascender en la escala empresarial ahora les parecen irrisoriamente pequeños.

Cuando la pandemia acabó con la cultura del ajetreo, algunos expertos la apodaron «la era de la anti-ambición». Pero en este grupo hiperelitista de 50 mujeres, me parece exactamente lo contrario. Sus ambiciones actuales, que ya no se ven constreñidas por las limitaciones del lugar de trabajo corporativo, son mucho mayores de lo que jamás podrían haber imaginado. Y aunque me pasé el fin de semana cuestionando la sensatez de apuntar cada vez más alto, me pregunto si las mujeres están, por el mero hecho de fijarse estos nuevos objetivos, declarando su liberación de sus antiguas aspiraciones que las atrapaban en un ciclo de exceso de trabajo y descontento.

Para concluir el retiro, Ali, la coach compañera de Erin, se levanta y habla entrecortadamente de su propio viaje dejando atrás su anterior vida como profesional de RRHH. Luego saca la guitarra y se lanza a cantar una canción que compuso hace unos años:

No quería vivir, pero tenía demasiado miedo de morir.

Así que me fui

Pero me cansé de estar en piloto automático

Me cansé de callar mis necesidades

Quiero secar las lágrimas

A los pocos versos, toda la sala está llorando. Kitty, la siempre dulce «gestora de éxito de clientes» de Goodlife, está grabando un vídeo de Ali y llora como lo haría una madre orgullosa en el primer recital de su hijo. La responsable de comunicación de mi mesa llora tanto que alguien le trae una caja de pañuelos. Incluso la dura directiva  de RRHH a quien su trabajo le chupa el alma y canta a lo LeAnn Rimes se lleva un dedo al ojo y se seca una lágrima antes de que le caiga por la cara. Es una escena que podría estar sacada directamente de un sketch de Saturday Night Live: una sala llena de directivas curtidas, que se han desnudado el alma unas a otras, llorando mientras ven a su coach con una guitarra. Me río pensando en lo tópico que es. Pero la verdad es que yo también lloro.

Y llega la hora de volver a casa. En la burbuja del retiro, a las mujeres de repente les parece posible multiplicar por 10 sus vidas. Pero el resplandor del fin de semana se desvanece rápidamente. Hay plazos que cumplir, empleados a los que dirigir, jefes a los que aplacar. Niños gritones a los que hay que consolar, alimentar, bañar y llevar al colegio. Sin embargo, las mujeres consiguen dar los primeros pasos hacia los objetivos que se fijaron en Nashville. La neuróloga que quiere estar más conectada con la naturaleza se compra un ramo de flores en el aeropuerto. La auditora mantiene una serie de conversaciones con su novio sobre cómo podría ser su futuro a largo plazo. La asesora de patrimonio esboza un plan para los primeros episodios de un canal de YouTube que ha creado centrado en temas femeninos. No están abandonando la cultura del ajetreo. Solo se están replanteando para quién y para qué trabajan, y cómo hacerlo a una escala aún mayor.

«Para mí hay algo más que el trabajo», me dice la directiva de RRHH cuando me reúno con ella unas semanas después. «Vivir es mucho más que estar en el mundo de la empresa. Ahora pienso: ¿Qué es posible?».

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